Escribo, pero nunca dije que lo hiciera bien.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Naranja

Pasaba días encerrada…
Un día se despertó tan de madrugada que creyó su tortura comenzaría más de mañana, ya de por si dormir de 8 a 8 y vivir despierta 12 horas del día le hacían perder la conciencia. “Vivía” en un apartamento de un solo cuarto, compartiendo el recibidor con el comedor y la sala, su habitación también era cocina… las paredes pintadas de naranja, cortinas marrón, era un lugar amplio, que siempre olía a nardos, a muerte.
Pasaba días encerrada. O al menos eso decían las personas que no sabían que de noche ella tenía una vida fácil, que cuando no dormía la pasaba de bar en bar buscando lo que fuese de algún hombre, lo que fuese de la noche.
Ella tenía 33 años, esperó toda la vida tener 30, llegar a los 30… Era una mujer alta, delgada, tanto que era débil; de piel tan blanca como la leche, tenía ojos pequeños y grises, cabello corto, tanto que sólo le cubría sus pequeñas orejas que a medias saludaban a la mañana. Era elegante, no sólo tenía ropa de varios miles de pesos, si no que además jamás salía de casa sin ese porte pícaro que hace irresistibles a las prostitutas. No tenía amigos, jamás hizo amigos, nunca necesito amigos; alguna vez tuvo un “amigo”, un cuentacuentos, que por casi 1 año se sentó en una banca cerca del parque donde ella vivía, pasaba horas platicando con él… pero un día, él murió.
Su vida siempre había sido desdichada, tuvo padres, pero jamás comprendieron que ella quería ser pintora, nunca lo hicieron, siempre estaban ebrios.
Su vida siempre había sido desdichada, tuvo un hermano, era esquizofrénico, él le amaba tanto que el día en que ella cumplió 18 años se ahorcó, atribuyendo su locura a un regalo de cumpleaños que jamás podría guardar en un baúl, su muerte.
Su vida siempre había sido desdichada, sus padres la corrieron de casa cuando tenía 19 años, fue entonces cuando tuvo que empezar a “vivir”. Vivió por algunas semanas en las calles…